domingo, 21 de abril de 2013

El Buen Pastor

Había una vez una familia muy, muy numerosa, había muchos primos, sobrinos, tios, tíos-segundos, abuelos, tios-abuelos, nietos, sobrino-nietos, suegras, nueros, cuñados, perros gatos... de todo.Y un buen día de junio, decidieron reunirse para celebrar dos grandes acontecimientos que habían tenido lugar recientemente:

Uno de los sobrinos -o primos, según se mire- había terminado la carrera -o grado, como se prefiera (les recuerdo que ya no se llaman licenciaturas- de Arte Dramático. Y uno de los tíos-abuelos acababa de hacer 50 años como sacerdote, casi na'... se llama Pami -nombre de origen hebreo que quiere decir propiedad de mi, osea de yo-. 

Así que se reunen todos en un pueblecito muy agradable llamado Los Molinos, en la urbanización conocida por "La Puerca de la Cerca", en un descampado donde había varios molinos -cuenta la leyenda que allí un Menda Lerenda llamado Alonso Quijano se estrelló tan estrepitosamente que el pueblo quedó así bautizado- y también varías vallas, ¿cuántas? vaya usted a saber. El caso es que, después de terminar de zampar y engullir toda la comida que se habían traído (suficiente como para alimentar al Toro José) decidieron hacer un concurso entre los dos "conmemorandos":

Les propusieron que se retasen mutuamente, así que el anciano cura, sabio él, supo como engatusar al sobrino, que ardía en deseos de demostrar a todos sus brillantes dones "oratorios", y le propuso recitar el Salmo 22:

-Querido sobrino, ¿conoces el Salmo 22?
-Por supuesto tío, haya va:

El Señor es mi pastor, nada me falta
En verdes praderas me hace recostar
Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas...

A medida que recitaba los versos, ponía todo su empeño por darles viveza y entusiasmos, y así se lo reconocieron todos, cuando al acabar comenzaron a aplaudirle. Pero ahora era el turno del anciano sacerdote, que sentándose en un taburete, poníendo las manos sobre las rodillas y cerrando los ojos, comenzó a recitar calmadamente el salmo:

El Señor es mi pastor, nada me falta
En verdes praderas me hace recostar
Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas...

Después de los primeros versos, la gente comenzó a conmoverse de la manera tan sencilla y sentida con que el bueno del cura estaba deleitándoles con sus palabras, que más que decir los versos, los contaba como si realmente estuvieran llevándole hacía "fuentes tranquilas". 

Me conduce por el sendero justo,
por el honor de su Nombre, 
aunque camine por cañadas oscuras, nada temo...

Cuando llegó a esta parte y dijo "porque tu vas conmigo", el público estaba contemplandole con admiración, con un agradecimento que sólo podían expresar con lágrimas en los ojos... ¡es que era tan real, tan bonito cómo lo decía! y al final, termino de recitar el Salmo 22. Hubo unos instantes de silencio, y de pronto, todos se levantaron y comenzaron a aplaudirle y a vitorearle como nunca antes lo habían hecho, y seguramente, como nunca jamás lo harán. Mientras que al sobrino le aplaudieron entusiasmados, ahora lo hacían profundamente emocionados, alegres, porque lo que acaban de presenciar les había removido el corazón. Pero entonces el sobrino se dirigió al tío-abuelo:

-Bueno tío, reconozco que me has derrotado, pero con trampas, ya que yo conocía el Salmo 22, pero tu conoces al Pastor. 



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