lunes, 30 de abril de 2012

El Señor es mi pastor, nada me falta

En una gran familia, llena de tíos, primos, nietos, sobrinos... ha tenido lugar un acontecimiento que consigue reunir a todos sus miembros para celebrarlo: los sesenta años como sacerdote de un tío y la graduación en arte dramático de un sobrino.  
Para ello se van todos al campo de picnic, entonces, al acabar de comer, a los dos, actor y presbítero les animan a hacer una competición entre los dos. El bueno del tío deja elegir al chico, este, sabedor de su arte para interpretar, le propone recitar un salmo cualquiera. Complacido, el cura elige el salmo 23, el de "el Señor es mi pastor, nada me falta". 
Sin más dilación, el recién licenciado comienza a recitarlo, su manera tan interpretativa y el modo en que entona cada verso hacen que la familia aplauda con efusividad. Acaba el sobrino comienza el tío sacerdote:
El Señor es mi pastor
nada me falta
en verdes praderas me hace reposar....
Este no entona también como el otro, sin embargo en cada verso, pronunciado tranquila y sosegadamente, la gente comienza a conmoverse y a emocionarse. Acaba el tío de recitar. La gente calla, están muy sensibles, el cura había conseguido despertar en su interior sentimientos muy fuertes. 
Ya no aplauden con efusividad, sino que se levantan y comienzan a aclamar "al buen pastor". 

Parece claro quien ha salido derrotado, el sobrino, sin embargo este se acerca a su tío y le dice: 
-tío, has hecho trampa, porque los dos hemos recitado el salmo sobre el pastor, pero tu ya le conocías-

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